Da igual si el caramelo está caducado o tiene mal aspecto, porque el caso es que en su envoltorio, dan ganas de comérselo.
Un auténtico bombón, y dentro todo perversión descontrolada.
El traje ayuda a que sea posible decir: recojo mi habitación todos los días y llevo una vida total y absolutamente centrada y ordenada pero realmente, el dulzón caramelo por dentro pasa a ser el chocolate más negro que jamás te han tirado a la cara. Otra vez, realidad y linealidad (bueno, eso no, que el envoltorio recubre la sorpresa, por mucha intuición que tengamos, deja de ser lineal en un principio...) pura y dura.
Ni un caramelo de mazapán, de esos de Mozart, rollo Ferrero Rocher pero de un nivel un poquito más jet set, es dulce hasta el último momento, porque ese último momento siempre es nostalgia, nostalgia de que no permanezca para siempre en tu boca ese dulce sabor de la primera impresión...De la primera escala de sabores...
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