Acabo ahora mismo de ver la primera película del Padrino. Ya la había visto antes, pero en ese momento ni tenía prima de 16 meses, ni había tenido la oportunidad de poder observar detenidamente a un bebé.
No sé si os acordaréis (si es que la habéis visto), de una de las últimas escenas en la cual Michael, ya muerto el Don, sale de la Iglesia donde acaba de convertirse en padrino de uno de sus sobrinos mientras afuera, fieles a la familia iban pasando a cuchillo a los dirigentes del resto de las mismas de N.Y. Pues bien, cuando Michael sale de la Iglesia, a su izquierda, hay un niño que creo que es su hijo que baja las escaleras llorando, mientras Michael (sigo pensando, su padre) ríe observándole.
Este pequeño fragmento de la película me recordó a mi prima (que es a lo que iba al principio). El otro día pasé por casa de mi abuela y estos 16 meses que tiene la niña, los ha pasado ahí por las tardes porque mi tía tenía que trabajar. Pues bien: entro en el piso, y me encuentro a mi abuela (eran las 17.30-18.00 de la tarde) preparando una papilla de galletas y plátano con la batidora. Cuando la activa y empieza a hacer un ruido estridente, la niña se parte de risa, y mi abuela con ella. La otra historia empieza cuando la intenta dar de comer. Come las 2 primeras cucharadas y a partir de ahí, el darle de comer se convierte en una encarnizada batalla entre los aviones de mi abuela y la boca cerrada de mi primita. Mi prima, más lista que el hambre, con esos 16 mesecitos, sabe perfectamente qué es lo que le gusta: el jamón serrano y los quesitos.
Pasadas esas dos cucharadas se puso a señalar el frigorífico esforzándose porque mi abuela entendiese que quería jamón (que ya lo sabía de sobra, tenemos una fábrica de Guijuelo sólo para la niña...) pero ella se esforzaba con todas sus fuerzas por conseguir su jamón. Los quesitos le importaban menos y ya los había conseguido.
Mi abuela saca el jamón y le da un poco. Como siempre, ella se lo come como si el fin del mundo estuviese a la vuelta de la esquina. Mi abuela, ilusionadísima con este ímpetu, aprovecha para darle papilla, y ¡tras! otra vez que no come. Prueba con el jamón y come otra vez.
Bien, a lo que voy como conclusión: parece ser, que muchos pensamos que los niños son o blanco o negro; el más claro ejemplo lo tenemos antes: jamón sí y papilla no, no y no.
Para que mi abuela consiguiese hacer que la niña se comiese la papilla, tuvo que cubrir cada cucharada con un poquito de jamón y, aunque la niña notase perfectamente a la vista y por el olor que por debajo había papilla, la señorita se comió así toda la merienda (eso sí, en hora y media)
AHORA llegamos al verdadero núcleo de la conclusión: mientras veía a mi prima, pensaba en la idea de que tendemos a saber qué es lo que no queremos y a pasar de la idea de qué es lo que realmente queremos.
En un principio, esto es lo que pretende el coaching (hacernos ver qué es lo que realemente queremos y conseguirlo) y, como yo ya dije en esa famosa conferencia que llevo explotando para mis últimas entradas: "Perdone, ¿y a usted no le parece un poco peligroso esto de que cada persona tenga una idea de cómo llevar a cabo sus sueños o metas y que a través de la herramienta del coaching esta persona lo consiga ya que no hay nada imposible en esta vida, según ustedes?"
Desde nuestro propio nacimiento, estamos condicionados por algo si realmente queremos algo. Nunca podemos obtener algo con una pureza y satisfacción del 100 %. Siempre habrá alguna circunstancia directa o indirecta, que nos atosigue y no nos deje disfrutar como es debido de nuestra lograda meta (lograda no, lograda al 99'99%). Fijaros: desde que nacemos, si queremos respirar, cachete en el culo para llorar y abrir los pulmones. ¿Queremos un helado? Recogemos antes la habitación. ¿Queremos trabajar ordeñando vacas (por ejemplo)? Antes nos tocará ver cómo lo hace un paisano unas 30 veces, y fallar otras tantas nosotros mismos. ¿Mi prima quería jamón? Sí, pero con puré.
Podemos decir: no es verdad, hay veces que todo va rodado, que no es necesario preocuparse por nada, que mi prima va a recibir su porción de jamón sin pensar en que después mi malvada abuela la coaccionará para que se tome el puré con un "antes tomaste ya mucho jamón, niña", pero no es verdad. Aquí no hay nada regalado. Todo cuesta su esfuerzo antes o después y ese esfuerzo es lo que realmente dependiendo de con qué filosofía nos lo tomemos es el que después, cuando lleguemos a nuestra meta, realmente nos reconfortará. No la meta en sí misma.
A mí no me satisfizo llegar a la altura del Almanzor en su momento, ni tener mi título de bachillerato en un tubo con el resto, ni terminar las entregas de prótesis el viernes. Lo que realmente me satisfizo fue pensar en las horas, semanas o meses que me había llevado conseguir eso.
...Y sí, me he enrollado como las persianas :D